(Caps. III y IV de mi libro El Cura Brochero y su tiempo. Cultura popular. Santidad. Política)
por Jorge Torres Roggero
III.- La madre Antula
Brochero veía claramente que la Casa de Ejercicios que había levantado en la Villa del Tránsito era “obra de Dios”: “Que la edificación era obra toda de la Providencia. Y que, si no tuviera fe a ciegas en la Providencia Divina, le fuera él ciertamente traidor a Dios”. Sería necesario, por eso, que en esa Casa se practicaran los Retiros con todo el esmero y cuidado con que lo exigía el método ignaciano.
Todo debía acomodarse a la sencillez y rusticidad de los pobres que también tenían derecho a conocer los accesos a la “gracia de Dios”. En consecuencia, escogió el Costumbrero de Ejercicios para el pueblo heredado, en versión manuscrita, por la Beata María Antonia de la Paz y Figueroa. Desde sus quince años, se había entregado al apostolado de la oración y la penitencia, en el Beaterío de los Padres de la Compañía se Jesús en Santiago del Estero. Los pueblos del Tucumán la llamaban cariñosamente “Madre Antula”.
Expulsados los jesuitas en 1767, cuando ella tenía 38 años, resolvió salir de su encerramiento y comenzó a recorrer la Argentina anunciando a los pueblos las bendiciones para todos los que practicaran los retiros de los Ejercicios.
Con el cuerpo macerado por extraordinarias penitencias, recorrió, en el inicio de su misión, las regiones santiagueñas de Silípica, Soconcho y Salavina. Continuó luego con sus viajes. Siempre lo hizo descalza y de a pie junto a las mulas que portaban las imágenes, a sus compañeras y al fiel peón que la asistía. Anduvo por Catamarca, Tucumán, Salta. Caminó sin descanso, con las costillas quebradas porque se le cayeron encima unos bultos. Se dirigió a Córdoba entrando por La Rioja y San Luis. A fines de 1779, después de diez años de apostolado, se dirigió a Buenos Aires. En el camino enfermó y murió una de sus compañeras.
Pero la Beata estaba convencida de que Dios la había requerido para que saliera a proclamar su gloria y luchar por el bien de las almas. Dio alientos a sus compañeras y prosiguió siempre a pie y descalza delante de la carreta. Miles de fieles, desde el Virrey a los más humildes paisanos, se mezclaron en la práctica de los ejercicios con ocho días completos de retiro, de riguroso silencio y penitencias.
Usaba una copia manuscrita del Costumbrero, versión popular de los Ejercicios, en que se entonaban cánticos acomodados a la materia de contemplación. Esos versos eran aprendidos fácilmente por el pueblo sencillo. Las composiciones de lugar, la contemplación, se allanaron a “la vista de la imaginación”. A veces presidía las meditaciones una imagen de Cristo en la columna después de los azotes. Esa contemplación de la agonía inducía a lo que se llamaba el “coloquio”. Cada alma hablaba a Jesús cuyo cuerpo había sido torturado por la salvación de todos.
El Padre Antonio Aznar, refiriéndose a uno de los “coloquios” de Brochero, considera que “los santos no usaron de ningún diccionario peculiar y propio. No tuvieron otro que el de las gentes entre quienes convivieron”. A raíz de esto, cuenta una anécdota del P. Campos cuando predicó por primera vez Ejercicios Espirituales en la Casa de la Villa del Tránsito: “Se hallaba devotamente en un reclinatorio presente el señor Brochero en una meditación que el tal padre predicaba a los serranos. En una de las partes incitaba el Padre Campos a que contemplaran a Jesucristo crucificado. Con el lenguaje cual suelen usar los misioneros: “Acércate a esa cruz y contempla cómo está lastimados Jesucristo, pagando por tus pecados…” Así que el Padre termina ese punto, se levanta el buen párroco y dice aparte al misionero: “Padre, mis paisanos no le entienden si así les habla. Permítame a mí la otra parte”. Hincado Brochero ante el Santo Cristo, exclama: “Mira hijo, lo jodido que está Jesucristo, saltados los dientes y chorreando sangre. Mira la cabeza rajada y con llagas y espinas. Por ti que sacas las ovejas del vecino…Por ti tiene jodidos y rotos los labios, tú que maldices cuando te chupas. Por ti que atropellas a la mujer del amigo. Qué jodido lo has dejado en los pies con los clavos, tú que perjuras y odias…”
Eso sucedía con cada uno de los “misterios” de la vida de Cristo. Era especialmente impresionante, en el Costumbrero de Ejercicios, la representación de la Encarnación y el Nacimiento. Si faltaba un sacerdote: “Estarán los ejercitantes en sus piezas y las tendrán algo oscuras y con las puertas entornadas. Desde el patio un lector leerá la meditación en forma que la oigan todos los ejercitantes, que están retirados en las celdas. Pasado un rato de meditar se les cantará la saeta, resumen de la meditación. Después de otro espacio de tiempo se dará la señal y acudirán a la capilla. Allí todos juntos harán el coloquio y terminarán cantando el Padre Nuestro”. El último día, campanillas y cánticos despertarán a los ejercitantes convidándolos “al banquete de la santa comunión”.
En 1889, el cura Brochero, al descubrir que en la Casa de la Beata de Buenos Aires quedaban algunos ejemplares del “Directorio y Prontuario de los Ejercicios Espirituales” que Domingo Caviedes hizo imprimir en 1833, solicitó a las hermanas un ejemplar prometiéndoles con que a “cambio de uno”, les iba a traer “una ponchada”.
Así fue como la versión popular de los ejercicios espirituales circuló entre los paisanos de la sierra que los traspasaron de padres e hijos como un tesoro. Brochero no se dedicó a polemizar con liberales, librepensadores, masones y laicistas como otros famosos prelados y promocionados profesionales católicos de la época. Desechó las batallas de la pluma y rehuyó polémicas en que se disputaba poder y no el bienestar del pueblo. Eso sí, invitó, con humildad y perseverancia, a las masas desheredadas del Valle de Traslasierra a cumplir el Evangelio, a practicarlo en su vida diaria, en el codo con codo comunitario. Prefirió ganar corazones. Lejos de todo brillo y renombre, buscó la gloria de Dios y el bien de las almas. No retaba a nadie. La reprensión no cura ni alienta. Sólo hacía notar que todos necesitamos la gracia y la misericordia de Dios. Era necesario sacrificarse y orar para entrar en los corazones endurecidos. Por eso comentaba a los sacerdotes:“Nuestra polémica contra el vicio ha de ser la de Jesucristo. La mansedumbre y la paciencia. Pondré también un ejemplo, decía, en mi mula. Cuando se halla la mula ante mucha hacienda brava, para pasar no se larga a tirar coces, sino con el anca, poco a poco, se abre paso. No tires coces a los pecadores exacerbándolos con palabras en medio de la polémica. Aunque venzamos y se nos aplauda, las coces siempre dejan roncha y las ronchas escuecen. Mal volverán a Dios los que así quedaron resentidos y humillados. Abrámosnos camino poco a poco y como con el anca, orando y trabajando.”[1]
Habrá que averiguar, entonces, cuál es la situación de vida que una sociedad le prepara a un santo. ¿Será la vida de un santo un elemento importante para analizar la manera en que una comunidad política se observa a sí misma?
IV.-La poética de los santos
¿Desde qué ideal se articulaba en la época del cura Brochero el núcleo de sentido del funcionamiento social? Era una época de triunfo de un proyecto de nación conscientemente subordinado al capital inglés y a la cultura europea. Una élite porteña se había impuesto a sangre y fuego sobre la cultura criolloamericana del interior.
Cuando Brochero nació, sus pagos eran todavía recorridos por las montoneras federales levantadas contra el poder colonial. Le tocó como tierra de evangelización el Valle de Traslasierra, el oeste cordobés, sede de una original marca criolla por haberse resistido, desde la época colonial, al dominio español.
Su poderosa cultura popular valoraba y reconocía las manifestaciones de lo sagrado mediante fiestas y ritos comunitarios de fuerte raigambre religiosa. En su vida cotidiana se entrechocaban lo sagrado y lo profano. Todavía estaba viva la capacidad de percibir la presencia de ángeles y diablos entre los enseres y los seres.
Para la vieja cultura criolla los santos patronos, los novenarios, las ánimas, constituyen un ámbito de ejemplaridad en que lo comunitario tiene una fuerte presencia. Hablar de un santo es representar un sujeto ideal de la propia cultura y un articulador de valores específicos sobre los que se construye una comunidad. San Ramón, San Roque, San Juan, San Pedro, Santa Catalina, Santa Rosa, la Virgen en sus diversas advocaciones, son representaciones más que de virtudes individuales, de virtudes sociales. Articulan un sistema de valores específicos sobre cuyo cimiento se construye la sociedad y permiten normalizar las relaciones entre los sujetos.
Generalmente, la vida de los santos se escribe en un género narrativo especial. Es el relato de una vida ejemplar, de un modelo de comportamiento. Formaliza la jerarquía de valores que organiza las relaciones individuales y sociales del conjunto. Se inscribe dentro de la vida de un grupo ya existente y, en cierto modo, representa la conciencia que un colectivo tiene de sí mismo. De tal modo, la vida de un santo, en tanto relato ejemplar, asocia una figura a un lugar y no puede evitar naturalizarse como la transcripción literaria de las percepciones de una conciencia colectiva: ¿una poética?
Pero toda poética es un despliegue de construcciones retóricas destinadas a modelar la subjetividad y representar ideologías, discursos acerca de cómo deben ser y cómo se deben comportar los sujetos. La vida de Brochero, ¿tiene algo que ver con nuestra condición de sujetos coloniales? ¿Podemos releerlo para que comience a decirnos el mensaje profundo de sus gestos, sus afanes, sus renunciamientos, sus díceres? ¿Podremos descubrir la santidad de la poderosa cultura criolla que lo amamanta, lo sostiene, lo solivianta sobre el mediocre panorama de políticos corruptos y vendepatrias, de clérigos enfáticos y retrógrados, que desprecian y denigran al pueblo más humilde al que consideran siempre ignorante, rijoso, bárbaro, vicioso según los biógrafos brocherianos? Como en los ejercicios ignacianos hagamos una composición de lugar, reconstruyamos la vida en los pagos en que nació y creció y en que le tocó dar testimonio de la misericordia y la gracia de Cristo.
[1] Véase: AZNAR, Antonio, 1952, Don José Gabriel Brochero y las tradiciones de la Madre Antula, Córdoba, Colegio de la Sagrada Familia